sábado, 5 de diciembre de 2009

ISABEL MUÑOZ

Exposición: Isabel Muñoz.
Galería Malborough Madrid.
Del 19 de Noviembre 2009 al 2 de Enero 2010.




Como todo puente, construcción de tamaño variable aunque de función fija, el tránsito entre dos espacios de espíritu y brillo diferentes está siempre marcado por un elemento de ruptura; resulta paradójico, pues, atribuir al mismo tiempo la capacidad de enlazar y separar a una simple pasarela, a un pasadizo...
Es exactamente esa impresión la que uno recibe cuando accede a la exposición sobre Isabel Muñoz. O más bien habría que decir que la impresión le asalta a uno. Recluída en una diminuta sala de dimensiones aún más insignificantes, la obra de esta artista sólo tiene entrada a través de una ridícula portezuela blanca, que invita al cuidado y a la precaución para no golpearnos con sus aristas. Acontece que ante el anuncio de traspasar a un mundo mágico pensemos inmediatamente en la majestuosidad de los volúmenes, en la desmedida, en la ausencia de pilares que puedan soportar semejantes bóvedas...porque allí todo es enorme y diáfano. Un alma poco educada tendería hacia esta representación. Nada más lejos de la realidad. Porque las piezas de Isabel Muñoz no se juegan en la escala de lo Real. El espacio es indistinto, indiferente. Lo dejado atrás ya no cuenta sino como significante. Significante de lo significado. Y esto se desenvuelve dentro de la pequeña habitación a la que nos hemos escurrido.
El juego de las medidas, de las dimensiones, de los formatos ha estado siempre veteado por diferentes determinaciones...no es objeto de estudio que aquí se precie, el hablar de las limitaciones técnicas en el proceso fotográfico -desde la toma hasta la impresión- que condicionan los resultados finales de cada artista por lo que hace referencia al tamaño de obra. Antes bien, esta batalla por los centímetros, como si de una trinchera infinitamente excavada hacia un adelante perpetuo, suele ser mal interpretada. Fijémonos pues, y únicamente por ahora, en dos elementos: lo grande y lo pequeño.
Emplazados frente a un horizonte vasto, ante un paisaje abrumador o cualquiera de las localizaciones que nos achican, el ser humano acostumbra a maravillarse. Es lo que Freud denominaba sentimiento oceánico. La teoría estética clásica afirma que este sentimiento de lo sublime sucede irremediablemente cuando nuestro espíritu reconoce su finitud, y lo que no puede recorrer con la imaginación, con las pequeñas gotas de sensibilidad a las que llamamos ojos, lo atraviesa a priori con la razón. Sin embargo esta afección estética se desencadena con los estímulos contrarios, esto es, también con lo minúsculo. La eterna correlación -casi siniestra- entre lo micro y lo macro, vuelve a aparecérsenos. Las mismas faltas de límites en el detalle, la idéntica y avasalladora generosidad de matices la topamos en los objetos diminutos. ¿Quién no se admiraría del comportamiento preciso de un reloj, de sus engarces sutiles, de sus resortes espiralizados, de las coronas y piñones dentados al milímetro? o ¿quién no se fascinaría por la perfección geométrica del ojo de un insecto? Inevitable es reconocer su paralelismo con el mundo: un mecanismo titánico, un organismo trigonométrico. Allá a donde llevemos nuestra escala, allá nos acompañará nuestro sentimiento de belleza. Factor universal en las infinitas progresiones desde lo pequeño a lo grande, de lo vasto a lo minúsculo.
Aquel malinterpretado juego de las medidas, que decíamos, ha sido cursado como una única obsesión: lo grande. El recurso fácil de lo desproporcionado se realiza por mímesis. Por pretendida identificación de la obra con un gran paisaje. El jucio es bien simple. A mayor medida-escala menor será la distancia que nos separa del efecto causado por un paisaje a tamaño real. Escala 1:1. Algo así como el mapa mundi de Borges, el cual, extendido ocupaba exactamente la misma superficie del objeto representado, la tierra. Esto es un artilugio, entre otros muchos, al que se acude para dotar de fuerza a una pieza fotográfica. Si bien otras artes, en las que la proporción entra en liza, también lo utilizan. Lo violento, lo estridente, lo descomunal... son, efectivamente, estímulos de impacto serguro. Y ante ello es imposible defenderse. Salvo por tolerancia. El umbral de desliza progresivamente hacia un cada vez más. A lo que se responde con un cada vez más allá. La dialéctica entre la sensibilidad del espectador y la fuerza de la obra entran en una tensión de asíntota. Nunca satisfacible.
Lamentablemente entre un gran panel publicitario y una fotografía grande puede no haber diferencias. No es el caso de Isabel Muñoz. En efecto, su obras son ampliaciones considerables. Pero su dimensión no es escalar. Las joyas no gustan de ser tasadas por sus kilates -si se me permite decirlo y aplicarlo a una fotografía- salvo por aquellos que pretenden extraer su valor de una unidad de masa. Las piezas exhibidas en la presente exposición pueden llegar a los 120x187 cms...pero su marco, su dimensión, son irrelevantes por cuanto atiende a la intención de dotar de empuje por pulgada cuadrada. La obra de esta mujer está fuera de la Escala de lo Real. Y es aquí, como en todo lo mágico y fascinante, donde reside su potencia. En este escondrijo sin medida, donde la relación entre cantidad de trabajo por unidad de tiempo no es mensurable, se aglutinan todas las virtudes que una visión exquisita nos puede ofrecer. Semeja que las únicas marcas de autor a las que podamos tener acceso sean puramente objeto de la reflexión. Como sucede con las grandes obras, la impronta de la mano del artista está tan diluida como presente. Despertamos del pasmo y volvemos a caernos en él, por circunstancias despreciables...pero tropezamos una y otra vez con nuestra inconsciencia. Ante una fotografía de esta autora acontece esto. Y sólo mediante el momento de la reflexión reaccionamos ante la pieza, descubriendo su textura, adjudicando el encuadre, la factura, la composición, el tema...a una única e inconfundible sensibilidad. En este caso Isabel Muñoz. Mientras no cavilamos con esfuerzo en detectar sus estelas, la obra permanece anónima, porque lo representado se vuelca en representante, y no hay nada más impersonal que lo Real.



Y la admiración se sucede, eliminando al artista. Este dejarse al lado, aniquilarse involuntario a través de la máxima expresión de uno mismo, es el regalo de esta mujer.




Nota. Imágenes tomadas de:

http://images.artnet.com
http://www.graficacolectiva.org
http://mariagimenez.files.wordpress.com

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